VIERNES SANTO


Viernes Santo de la Pasión del Señor.

Hoy más que nunca la liturgia cristiana se viste de rojo, el color del martirio, la luz del testimonio. Jesús ha nacido y venido al mundo exactamente para eso: ser testigo de la verdad. Y su testimonio culmina en la fidelidad de quien sabe entregar libremente su vida por amor.

Preside esta hora de nona la cruz de Jesús. Bien sabemos los cristianos que Dios no se complace en el sufrimiento, sino en la vida, y que nuestra vocación camina en sentido exactamente inverso al del sado-masoquismo. Besar la cruz de Jesús no es rendir homenaje al dolor, sino adorar su fidelidad, su libertad y su amor; un amor tan entero que es capaz de todo, incluso de convertirse, si es necesario (suele serlo), en cruz.

Acompañamos a Jesús en su camino hasta el calvario, donde hará la ofrenda total de su vida al Padre. Toda su vida fue entrega, y por eso es también entrega su muerte. Hoy no se celebra ninguna misa, y la distribución de la comunión se hará con las hostias ya consagradas el jueves santo. La liturgia nos presenta la Cruz para que la veneremos y la lectura de la Pasión para hacer memoria de los últimos momentos de la vida terrena de Jesús.

ÌEN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO. AMÉN.


Señor Dios, Padre misericordioso: Te damos gracias por amarnos tanto que entregaste a tu único Hijo Jesucristo para regenerarnos con nueva vida por su muerte y triunfante resurrección.

Continúa dándonos la fuerza  para vencer en nuestras luchas contra el pecado y el mal; y para llevar nuestras cruces en la vida junto con tu Hijo.

Haz que creamos firmemente que tú quieres que vivamos una vida nueva y que te prestemos siempre fiel y dedicado servicio.

Ayúdanos a darnos generosamente unos a otros por medio de Jesucristo nuestro Señor. Amén.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA.

I LECTURA
Durante esta semana, la liturgia nos ha propuesto leer los "cantos del siervo de Dios". Éste es el cuarto de esos cantos. Aquí el siervo de Dios entrega su sufrimiento, su tortura, para que sus heridas salven al pueblo. De esta manera, Isaías intenta decir que cada sufrimiento humano debe tener un sentido salvador. Y es así cuando estamos abiertos al dolor del que sufre. Si somos indiferentes al dolor, el sufrimiento del siervo de Dios es estéril para nosotros.

Lectura del libro de Isaías 52, 13-53, 12

Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? Él creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.
Palabra de Dios.
Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado! Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.

Soy la burla de todos mis enemigos y la irrisión de mis propios vecinos; para mis amigos soy motivo de espanto, los que me ven por la calle huyen de mí. Como un muerto, he caído en el olvido, me he convertido en una cosa inútil. R.

Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: "Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos". Líbrame del poder de mis enemigos, y de aquéllos que me persiguen. R.

Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia. Sean fuertes y valerosos, todos los que esperan en el Señor. R.


II LECTURA

"En Jesús, la compasión de Dios alcanza su máxima expresión. Él es la compasión divina hecha hombre. Ha experimentado nuestra condición humana porque, al igual que nosotros, 'ha sido probado en todo, menos en el pecado' (15). Las tentaciones no fueron un hecho aislado en la vida de Jesús, sino que vivió toda su vida bajo la tentación y las pruebas en que vivimos los seres humanos".

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9

Hermanos: Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió, por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios. 


PROCLAMACIÓN DE LA PASIÓN DE JESÚS

La lectura de la Pasión del evangelio de Juan nos acerca al misterio de Jesús, hombre, que, a pesar de padecer todo tipo de violencia, es capaz de enfrentar al poder. Tanto Pilato como los sumos sacerdotes quedan interpelados por este hombre que, con su propio dolor, deja sin palabras a sus verdugos.

✜ Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-19, 42

C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
"¿A quién buscan?".
C. Le respondieron:
S. "A Jesús, el Nazareno".
C. Él les dijo:
"Soy yo".
C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:
"¿A quién buscan?".
C. Le dijeron:
S. "A Jesús, el Nazareno".
C. Jesús repitió:
"Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan".
C. Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste". Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
"Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?".
C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo".
C. Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?".
C. Él le respondió:
S. "No lo soy".
C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
"He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho".
C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S. "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".
C. Jesús le respondió:
"Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?".
C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
S. "¿No eres tú también uno de sus discípulos?".
C. Él lo negó y dijo:
S. "No lo soy".
C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió:
S. "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".
C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S. "¿Qué acusación traen contra este hombre?".
C. Ellos respondieron:
S. "Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
C. Pilato les dijo:
S. "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen".
C. Los judíos le dijeron:
S. "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S. "¿Eres tú el rey de los judíos?".
C. Jesús le respondió:
"¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".
C. Pilato replicó:
S. "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
C. Jesús respondió:
"Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
C. Pilato le dijo:
S. "¿Entonces tú eres rey?".
C. Jesús respondió:
? "Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
C. Pilato le preguntó:
S. "¿Qué es la verdad?".
C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S. "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S. "¡A él no, a Barrabás!".
C. Barrabás era un bandido.
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose, le decían:
S. "¡Salud, rey de los judíos!".
C. Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:
S. "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena".
C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto púrpura. Pilato les dijo:
S. "¡Aquí tienen al hombre!".
C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
S. "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!".
C. Pilato les dijo:
S. "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo".
C. Los judíos respondieron:
S. "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios".
C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. "¿De dónde eres tú?".
C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S. "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?".
C. Jesús le respondió:
"Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave".
C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
S. "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César".
C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. "Aquí tienen a su rey".
C. Ellos vociferaban:
S. "¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!".
C. Pilato les dijo:
S. "¿Voy a crucificar a su rey?".
C. Los sumos sacerdotes respondieron:
S. "No tenemos otro rey que el César".
C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
C. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la colocó sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Éste ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'".
C. Pilato respondió:
S. "Lo escrito, escrito está".
C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca".
C. Así se cumplió la Escritura que dice: "Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica". Esto fue lo que hicieron los soldados.
C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
"Mujer, aquí tienes a tu hijo".
C. Luego dijo al discípulo:
"Aquí tienes a tu madre".
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya.
C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
"Tengo sed".
C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:
"Todo se ha cumplido".
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ninguno de sus huesos". Y otro pasaje de la Escritura, dice: "Verán al que ellos mismos traspasaron".
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús ?pero secretamente, por temor a los judíos? pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

 “Kénosis”: en el rastro de la Encarnación.

Siendo de condición divina, Cristo “se despojó de su rango... Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (2 Cor 2,7-8). En la persona de Jesús Dios ha asumido nuestra humanidad sin privilegios ni exoneraciones, con todas sus contingencias. Ni la historia es para Dios un juego ni el niño de Belén escondía ases en la manga.

La Encarnación del Hijo de Dios ha tenido lugar en una historia marcada, de hecho (que no de derecho), por la lógica sacrificial de los poderosos, acostumbrados a no detenerse ante nada ni ante nadie. Solemos referirnos a la pasión y muerte de Jesús en términos de prendimiento, flagelación, coronación de espinas y crucifixión. Quizás fuera mejor que habláramos de búsqueda y captura, de interrogatorio con tortura, de juicio amañado y de ejecución porque estos vocablos habituales podrían ayudarnos a percibir mejor los últimos sucesos de la vida de Jesús en toda su crudeza histórica.

La muerte de Jesús no fue ni natural ni casual. Fue el resultado de la voluntad de los poderosos. No se trató de una muerte sin más, sino de una ejecución y un asesinato, es decir, un homicidio cometido con premeditación y alevosía. Fue la dramática consecuencia histórica de su opción sin fisuras por el Reino, el proyecto de la fraternidad universal soñado por Dios Padre. En una sociedad profundamente incidida por jerarquías, divisiones, conflictos, exclusiones..., dicho proyecto vino a chocar frontalmente con los intereses de los poderosos, que, puestos a ambicionar, hasta pretendían tener a Dios a disposición o, al menos, de su lado. El anuncio por parte de Jesús del futuro del “hombre-hermano porque Dios-Padre” fue percibido por ellos como una amenaza intolerable. Les pareció necesario quitar a Jesús de en medio, y lo quitaron.

Dar la vida.

A Jesús, en efecto, le arrancaron la vida. No es menos verdad que se entregó a la muerte libre (Jn 10,17) y amorosamente porque, como él mismo decía, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

Posiblemente no habría sido tan difícil proclamar que el hombre está hecho para el sábado, maldecir a los samaritanos, aplaudir a los ladrones del templo, consentir la lapidación de otra adúltera, dejar de comer con los publicanos, no volver a tocar a un leproso, declarar bienaventurados a los ricos... nadar a favor de la corriente o cambiar de chaqueta a tiempo. Jesús, en cambio, eligió la muerte como el precio que merecía su “tesoro” (Mt 13,44), la consecuencia de una invencible lealtad al Reinado de Dios, el desenlace de su opción radical por la causa de su Padre y de sus hermanos.
Dios no se desdice y Jesús tampoco. Su cruz prolonga su vida o, mejor aún, la extrema o lleva a término. Él es, en efecto, el “Cordero de Dios” (Jn 1,29) –por eso su ejecución es presentada por el evangelista Juan en el momento de la inmolación de los corderos pascuales–, pero el suyo no es un sacrificio ritual, sino existencial; no es el que tiene lugar en el momento último y sobre dos maderos atravesados, sino a lo largo y ancho de sus días y de sus noches, sobre el altar de la vida. La entrega de Jesús culmina y sella el sacrificio de toda su persona, su entera consagración a Dios y a sus hermanos. No es sangre lo que Dios quiere, sino un corazón dispuesto a hacer siempre y en todo su voluntad (Sal 39,7-8; 50,18-19), al precio, si es necesario, de la propia vida. Jesús abrió sus brazos en la cruz como último y definitivo acto de fidelidad. Por eso su muerte es martirio: testimonia acerca de Dios, sí, pero también acerca de la persona humana.

“Ecce homo”: la verdad sobre el hombre.

“He aquí al hombre” (Jn 19,5), indicó Pilato a los sumos sacerdotes y guardias en el momento de presentarles a un Jesús ya torturado y poco antes de entregárselo para que lo crucificaran. Es seguro que no vamos a atribuir a aquel funcionario ambicioso ninguna cualidad profética, pero lo cierto es que Pilato tenía razón, aunque fuera en un sentido por él ignorado. “Desfigurado, no parecía hombre, ni tenía aspecto humano” (Is 52,14) y, sin embargo, aquel Jesús era y es el hombre cabal, la humanidad cumplida, la persona plenamente realizada según el proyecto de Dios, cuya medida no es otra que la del amor.

Se ha dicho mil veces que “el hombre es un lobo para el hombre” y es verdad que a menudo nos comportamos como tales, pero en realidad somos otra cosa: somos hermanos. Los cristianos nos sabemos de camino: creemos que la persona humana es una vocación a “crecer en humanidad, valer más, ser más” y de buen grado afirmamos con Pascal que “el hombre supera infinitamente al hombre” (cf. Populorum progressio, 15 y 42). Pues bien, el hombre-hermano que es Jesús define nuestra meta, testimonia la verdad sobre la persona humana, “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Lumen gentium, 22). Jesús ha nacido y venido al mundo “para ser testigo de la verdad” (Jn 18,37), la de Dios y la nuestra, la del “hombre-hermano porque Dios-Padre”.
De seguro que a nuestros propios “gentiles” el hombre-hermano crucificado ha de parecerles una enorme “necedad” (1 Cor 1,23). Stigler, uno de los economistas estrella del neoliberalismo, hacía gala de su peculiar sentido de la racionalidad en estos términos: “Creemos que el hombre es un animal maximizador de utilidad –aparentemente también lo son las palomas y las ratas– hasta el presente no hemos encontrado información para descubrir una parte de su vida en la que invoque unos objetivos diferentes de comportamiento”. Valga como ejemplo de una muy influyente visión de la humanidad con la que hemos de habérnoslas. Besar la cruz de Jesús equivale a renegar del hombre-lobo (o paloma o rata) para abrazar con todo el alma al hombre-hermano.

Una fidelidad que alienta a la esperanza.

“La copa que me ha dado mi Padre, ¿no la voy a beber?” (Jn 18,10). Semejante fidelidad de Jesús anima nuestra esperanza, que se obstina en seguir pensando que ni siquiera el desierto agota la vida: el Siervo “creció como brote, como raíz en tierra árida” (Is 53,2). Los cristianos sabemos que el desierto es fértil. Nos gloriamos en la cruz de nuestro Señor y sólo en ella reconocemos la fuente de la vida.

Por eso nos acercamos confiadamente a la cruz de Jesús. No tenemos un Señor “incapaz de compadecerse de nuestras debilidades” (Hb 4,15). Ante él llegamos con nuestros propios desiertos de soledad, de cansancio, de frustración, de abatimiento. Ante él llegamos con nuestros desiertos de inhumanidad y de pecado. Y ante él nos atrevemos a susurrar aquella osadía que aprendimos de los antiguos cristianos: “Feliz culpa, que nos mereció este Salvador”.

La liturgia del Viernes Santo termina como en punta, interrumpida en espera de ser reanudada en la Vigilia Pascual y completada por ella: muerte y resurrección son dos aspectos del único Misterio Pascual; la “hora” de Jesús es la de su muerte, pero también la de su glorificación (Jn 12,23). “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muerte, da mucho fruto” (Jn 12,24).

ORACIÓN

Oremos a Dios el Señor para que nos haga hombres y mujeres nuevos hechos a imagen y semejanza de su Hijo querido, Jesús.

……………………………………………………

Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, tu querido Hijo Jesús se hizo uno de nosotros, fue como nosotros en todo menos en el pecado, cuando nació de nuestra carne y sangre.

Por el sufrimiento de su pasión tú nos salvas de la muerte que merecemos por ser coresponsables del mal y del pecado en nosotros y en el mundo.

Que su sufrimiento no haya sido en vano.

Llénanos con la vida y gracia que ganó para nosotros en la cruz, y ayúdanos a imitarle y ser semejantes a él, nuestro Señor resucitado que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.